jueves, 10 de mayo de 2012

UNA NUEVA AVENTURA

EL TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS

         Una leyenda cuenta que había una vez un señor llamado John MacGarret, vivía en Valencia, estaba preparándose para ser piloto. Para acabar su carrera tenía que pilotar una avioneta desde Valencia hasta Hawai. MacGarret lo iba a hacer solo que tenía que pasar por encima del triángulo de las Bermudas.
         Ya era domingo, día en el que tenía que salir. Él estaba cogiendo suministros por si fallaba algo como: agua, comida y una lancha inflable.
         MacGarret estaba ya en el aire a 2 horas de Hawai, encima del océano pacífico, cuando el avión entró en reserva.
          ¡Menos mal que Eduardo (el copiloto) tenía dos botes de cinco litros de gasolina! Con esto llegarían pero tendrían que aterrizar en el agua con lo que MacGarret suspendería y no podría volver a hacer el examen.
         John aceleró un poco para llegar antes solo quedaba media hora para llegar a Nihoa y desde allí otra media hora para llegar a Hawai. Ya solo contaban con 15 minutos, en el cielo se había formado una gran tormenta y solo tenían dos opciones: desviarse y suspender el examen por aterrizar en el agua o atravesar la tormenta y poder morir.
         MacGarret como era muy valiente, decidió atravesarla. Un rayo alcanzó a un motor y empezó a arde. Eduardo pensaba que había que pasar la tormenta y estar encima de Honolulu. Una ola empujó la avioneta, y dejó a los dos inconcientes.
         Al día siguiente John se despertó en una isla. Fue a despertar a Eduardo solo que ¡había muerto!
         John, con miedo, fue a buscar la comida y el agua que había traído. Cuando llegó había unos hombres primitivos alrededor del cadáver. MacGarret les tiró piedras y los hombres primitivos le persiguieron con sus mazos.
         Cuando llegaron a un estanque John se paró y los hombres primitivos al mirar se escaparon corriendo, MacGarret pensaba que escapaban porque le tenían miedo, solo que no había mirado hacía atrás ¡Había un tiranosaurio Rex! John corrió para salvar su vida  y se metió en una cueva donde el tiranosaurio no podía entrar.
         Él se quedó pensando y se dio cuenta que estaba en el Triangulo De Las Bermudas.

                                        F I N
Abel Castro García-Puertas

viernes, 30 de marzo de 2012

HISTORIAS DE "EL PRINCIPITO"

   El ASTEROIDE 330

            Otro día, el principito visitó el asteroide 330. En aquel planeta vivían muchas familias con sus hijos. Era un asteroide muy grande, tenía huertos, granjas con animales, casas escuelas, jardines…

            Los niños jugaban felices, se divertían sin preocuparse de nada, todos se llevaban muy bien, eran amigos, se querían y respetaban.

            El Principito se dirigió a los padres para informarles sobre todo lo malo que había visto en los planetas anteriores y les recomendó que educaran a sus hijos para que pudieran afrontar los problemas cotidianos y supieran cómo actuar cuando se encontraran con personas como el rey, el vanidoso o el hombre de negocios. Pero los padres, muy tranquilos le contestaron que ya conocían a esos personajes, porque habían visitado esos planetas y no iban a prevenir a sus hijos, ya  que tenían que vivir su infancia con inocencia el mayor tiempo posible, porque los valores en los que los estaban educando (respeto, solidaridad, amistad, amor…) les servirían para enfrentarse a los problemas y salir victoriosos.

            El Principito, muy contento, se subió a la cometa de uno de los niños y volvió sobre sus pasos habiendo aprendido que en los niños está el futuro y todo el universo supo que tenían que cuidarlos.

            Y todos vivieron felices para el resto de sus vidas.

Paula López Gómez

 
El PRINCIPITO PERDIDO EN EL ASTERORIDE 330
           
 

            Un día de primavera, el principito llegó al asteroide 330. Cuando aterrizó se quedó mirando todo lo que había a su alrededor y pudo observar que se trataba de una enorme ciudad del futuro con muchos avances tecnológicos.

            Lo que más le impresionó fueron los carteles en relieve que anunciaban muchos productos nuevos o los coches y motos automáticas que volaban.

            Sin darse cuenta empezó a caminar sin rumbo fijo para conocer un poco más todos los extraños inventos que había en ese planeta. Al cabo de un rato se había perdido y no encontraba el camino para volver hacia su nave que había dejado aparcada en una explanada a las afueras de la ciudad. Eran las dos y a esa hora terminaban las clases y los padres esperaban a la salida del colegio a sus hijos. Clara, una estudiante normal y corriente, se acercó al Principito y le peguntó que hacía el solo en una ciudad tan grande. Él le contestó que no era de este planeta y que no encontraba su nave espacial. Ella se ofreció a llevarle a su casa para que descansase de aquel viaje tan largo y que mañana, con más calma, la buscasen. El muchacho aceptó y empezaron a caminar. El Principito le preguntaba para qué servían algunos objetos porque no existían en su país y la niña le explicaba encantada. Llegaron a una casita pequeña pero muy bonita que tenía una piscina cubierta. Para acceder a la casa, había que meter un código y la puerta se abría sola. Cuando estuvieron dentro, Clara presentó a sus padres y a sus cuatro hermanos al Principito y estos le dieron una calurosa bienvenida. Raquel, la madre preparó  el cuarto de invitados para que le chico pudiese dormir cómodamente esa noche. Uno de los hermanos, que tenía la misma edad que El Principito, le prestó una de sus camisetas rojas y unos pantalones vaqueros gastados, por si quería cambiarse. La niña tuvo una idea muy buena, se le ocurrió dar una vuelta por la ciudad con el muchacho antes de que acabase el día. Fueron al cine en el transporte urbano y El Principito se lo pasó muy bien porque nunca había estado tan alto en toda su vida. Al bajarse, se dirigieron al cine y compraron entradas para ver una película de un dinosaurio llamado Dino que acaba en un planeta desconocido no se sabe por qué.

            La película duró una hora y media que fue muy entretenida ya que no se proyectaba en una pantalla normal, sino que en las cuatro paredes. También mientras estaban mirando la peli, el sillón les daba un masaje y si se les acababa la bebida había un botón que pulsaban, les salía más y podían elegir lo que quisieran. Después fueron a una cafetería y pidieron un batido, que escogieron en una pantalla táctil. Había robots que te traían lo que habías pedido. A las ocho volvieron a la casa de Clara y cenaron. A continuación vieron un poco la televisión y se fueron a dormir. Por la mañana, después de desayunar el principito y la niña empezaron a buscar la nave con ayuda de unos amigos del colegio de Clara. A las doce en punto la divisaron a lo lejos y fueron a buscarla. Al llegar, se despidieron del principito y este se subió a la nave y prometió ir en verano otra vez por allí.

Laura Rodríguez Cacharrón

 
EL PRINCIPITO Y LA CHICA DE LAS MARCAS

            En el Asteroide 330, me encontré a una chica, de mi edad o algún año más. Parecía un poco presumida e iba impecablemente vestida.

            Me llamó la atención que todas las prendas de ropa llevaban algunas letras. Unas a la altura del pecho, otras en una esquina, otras en la manga…

- ¿Por qué llevas esas letras en la ropa?- me atreví a preguntar-¿Es tu nombre?- seguí.
- ¿Cómo va a ser mi nombre! Son las marcas, ¿O es que no lo ves?- respondió ella con tono desagradable. ¿Te crees que yo me llamo “SlamBlackberry Hunter”?- me preguntó en tono desafiante.
- ¿Y por qué te gustan las marcas? - pregunté yo
- Porque me hacen distinta - respondió orgullosa.
- ¿Y por qué quieres ser distinta? - dije intrigado.
- Porque mis amigas y yo somos las más guays - contestó con tono presumido y “pijo”.
- Y tus amigas guays, ¿también llevan ropa de marca? - dije sorprendido.
- Que pregunta más tonta, claro que llevan ropa de marca, y sus amigas también - siguió ella con tono hosco.

            Me quedé pensativo, porque no entendía muy bien. Entonces le pregunté:

- ¿Por qué queréis ser distintas, si muchas de tus amigas y las amigas de tus amigas lleváis las mismas marcas y vais todas iguales?

            La chica me miró de arriba abajo y se marcho pensativa y a la vez un poco ofendida ante tal pregunta. Ella sabía que yo, el principito, tenía razón, como siempre.


Mar de la Rocha Solórzano

EL PRINCIPITO

            Otro día El Principito visitó el asteroide 330. En aquel planeta vivía yo. El Principito no sabía lo que le esperaba.

- Principito: ¿quién eres?
- Yo: el rey de este planeta.
- ¿Cuál es este planeta?
- Es el planeta MMR, el de la tecnología.
- ¿De qué tipo?
- Consolas y todos esos rollos.
- ¿Algo más?
- Sí, hay muchos libros.
- ¿Por qué?
- Porque soy el rey y me gustan las consolas y los libros.
- ¿Y qué prefieres: consolas o libros?
- ¿A quién prefieres: a mamá o a papá?
- ¿Me enseñas el planeta?
- No.
- ¿Por qué?
- Por pesado y ahora estoy ocupado.
- Buenooo.
- ¿Te vas ya pesado?
- Si me das una 3ds.
- Vale, pero vete ya.
- Volveré mañana.
- ¡Qué rollo!
- Yo también te quiero.

          Y así fue como El Principito se marchó del planeta con su 3Ds. Y como no es cuestión de que me quede sin mano esta historia acaba aquí.

Manuel Medina Rodríguez

 
EL PRINCIPITO Y SUS AVENTURA EN EL ASTEROIDE 330

            El Principito ya estaba cansado, hasta que por fin llegó al asteroide 330 donde habitaban unos niños bastante traviesos tanto, que no me atrevo a decir su nombre… los traviesos de la sección C, ¡urr qué escalofrío! Bueno, el caso es que El Principito visitó a los peligrosísimos digo… a los “encantadores” niños de la sección c. Al Principio le costó meterse con ellos a jugar y a charlar, pero consiguió un poquito de atención  de unos niños que les caía bien.

Como El Principito era un niño, tenía fácil encontrar amigos, ¿no? Se acostumbró a varias cosas, pero, como los niños de la clase se portaban mal, o no muy bien, él se contagió y consiguió portarse igual de mal que los niños con los que jugaba. Los profesores le reñían, castigaban y pasaba casi todo el día fuera. Lo peor de todo, es que a él le daba igual, ya que no regaba a su flor cada mañana ni limpiaba sus volcanes todas las semanas, no hacía nada. Iba fatal en los exámenes, no estudiaba, no aprovechaba el tiempo, contestaba a los profesores… Es más, era el peor alumno de la clase. Incluso se portaba mal en el recreo. El profesor no podía hacer otra cosa que mandarlo fuera una y otra vez, ¡pasaba la tarde fuera! Un día, el día de fin de curso, llegaron las notas, llegaron los líos y, sobre todo, las quejas.

            Todos habían aprobado menos El Principito. Él se puso a llorar y a negar lo que tenía escrito en las notas todo el rato.

- Pero, pero… -decía-yo no he sacado estas notas…
- Sí Principito, si que las has sacado-dijo el profe.
- Jolín…

            Los demás niños se fueron tan panchos con sus notas, todos, menos El Principito. Se quedó ahí sentado en la silla de su pupitre sin hacer nada. Su profesor le explicó lo que había hecho mal dejándose llevar por las travesuras de sus compañeros y que por eso llevaba esas notas. Éste, se dio cuenta y volvió a cambiar de personalidad, entonces, se acordó de su flor y de sus tres volcanes. Se dirigió corriendo hacia su medio de transporte.

- Siento haberte molestado durante tanto tiempo-se lamentó El Principito.
- Se acostumbra uno- le contestó el profesor muy bajito.
- Bueno, pues, ¡adiós!
           
            Se despidió de sus amigos, de sus compañeros, de su clase y del asteroide 330.

Paula Crespí Rubio

EL ASTEROIDE DE LOS DESEOS

            Unos días después de que el principito visitase el asteroide del hombre de negocios, viajó hacia el planeta donde yo vivo, el asteroide 330.

            Éste tenía la peculiaridad de que todo aquel que fuese a él, podría ver cumplido uno de sus deseos, con tan sólo pedírmelo a mí, Bea. Por ello, todos le llamaban el asteroide de los deseos.

            Cuando El Principito llegó as asteroide en su nave, se quedé boquiabierto al ver que en él los animales grandes eran pequeños y viceversa, había montañas de oro y tesoros escondidos, conseguir alimentos no era problema, pues se encontraban al alcance de las manos de cualquiera. También había acantilados con cataratas de aguas cristalinas. La única habitante del planeta era yo y a todo aquel que me visitase le concedía un deseo.

            Cuando El Principito me encontró me pidió que le enseñase el planeta, sus lugares más bellos y los tesoros ocultos que había en él. Yo así lo hice y nos pasamos el día de excursión.

            Al anochecer, pudimos observar estrellas fugaces, la aurora boreal e incluso el planeta donde vivía El Principito.

            Al día siguiente le dije a mi invitado que le podía conceder un deseo. Él me pidió que su planeta tuviese una luna, porque así él podría explorarla, habitarla y crear allí un pequeño mundo donde no hubiese guerras, envidias, insultos, contaminación y donde todas las personas viviesen ayudándose los unos a los otros con respeto y cariño.

            Yo le concedí con mucho gusto el deseo, porque me parecía muy inteligente y necesario. Además le di unas cajitas con muestras de flores, árboles, semillas de frutos, huevos de animales… para que pudiese poner bella su nueva luna.

            Cuando quiso marcharse comprobamos que su nave estaba averiada, así que le proporcioné un medio de transporte muy peculiar, pero eficaz. Llamé a una de mis mejores abejas gigantes, Rosa, enseñé a pilotarla al Principito y él volvió a su planeta y a su nueva luna.

            Nuestra amistad perduró durante muchos años, hasta hoy en día.

            El Principito  me visita con frecuencia y me cuenta cómo van las cosas por su nueva luna. Yo le regalo más cajitas con muestras de criaturas sorprendentes.

            La próxima vez que me visite me ha prometido llevarme para pasar un tiempo en su espectacular luna, a la que llamó Bea.

            Él me explicó que le puso ese nombre porque gracias a mí pudo crear un mundo más feliz que sigue mejorando cada día más.

Beatriz Vázquez Toral